MI ABUELO, MI YAYU, ANDANDO SIEMPRE ARRASTRABA LOS PIES, SIEMPRE ESTABA CANTANDO, DICIENDO FRASES POPULARES COMO "LOS AMANTES DE tERUEL TONTA ELLA, TONTO ÉL", O RECITANDO POESIAS, ERA INCAPAZ NI POR UN SEGUNDO DE HABLAR EN SERIO, Y SE REIA COMO LO SOLIA HACER ESE PERSONAJE DE LOS DIBUJOS ANIMADOS "LOS AUTOS LOCOS" , ESE PERRO DE PIERRE NODOYUNA LLAMADO PATÁN, SE REÍA REGODEANDOSE CUANDO MI MADRE PERDIA LOS NERVIOS PORQUE TRATABA DE HABLAR EN SERIO CON ÉL.
sU MUJER mARIA mACARUYA, MI YAYA, ERA CIEGA Y ÉL ESTABA ABSOLUTAMENTE ENTREGADO A SUS CUIDADOS. MI YAYU ME DABA COPITAS DE ANIS O DE MOSCATEL PARA MERENDAR CON ROSQUILLAS DE ANISES, SIEMPRE CENABA TORTILLA DE AZUCAR O TORTILLA DE MERMELADA DE CIRUELAS. TAMBIEN PARA MERENDAR ME DABA PAN CON VINO TINTO Y AZUCAR O PAN CON ACEITE Y AZUCAR. MI YAYU TENÍA UN PERIQUITO AMAESTRADO QUE ANDABA SOLO POR LA CASA DANDO PICOTAZOS SI NO LE HACÍAS CASO, UN DIA SE ESCAPÓ. Y TAMBIEN TENIA UN PERRO MUY NOBLE LLAMADO LINDA. VIVIA EN UNA DE LAS CALLES ADYACENTES DE LO QUE AHORA ES EL FORAT DE LA VERGOÑA DEL CASC ANTIC, SU CALLE OLIA A FUENTE FRESCA. DEBAJO DE SU PISO VIVIA LA FAMILIA DE GAUDÍ, MI MADRE Y HASTA YO INCLUSO HABÍA LLEGADO A JUGAR CON JUGUETES FABRICADOS POR EL PROPIO GAUDÍ. MIS YAYOS DEBAJO DE LA CAMA TENIAN "XIBRELLES" PARA HACER PIPÍ POR LA NOCHE Y NO TENER QUE IR AL WATER QUE ERA UNA TABLA DE MADERA CON UN AGUJERO EN EL CENTRO, MI YAYU SE AFEITABA CON NAVAJA RUSTICA, LA AFILABA EN UN DOBLETE DE CUERO. TENIA UN MOLINILLO DE CAFÉ QUE A MI ME MARAVILLABA, DE ESOS QUE SE TENIAN QUE DAR VUELTAS, LA COCINA ERAN HORNILLOS DE CARBÓN. PARA COMER SIEMPRE BEBIA VINO CON GASEOSA, SIEMPRE LLEVABA PUESTA LA BOINA. UN DIA ESTANDO YO SOLA CON ÉL EN CASA SE CAYÓ DETRAS DE LA PUERTA DE SU HABITACIÓN, HACIA POCO QUE SE HABIA MUERTO LA YAYA, YO NO CONSEGUÍA ABRIR LA PUERTA, FUI A CASA LA VECINA Y LLAMÉ A UNA AMBULANCIA, A LOS POCOS DIAS MURIÓ, EN LA AUTOPSIA SE DIERON CUENTA QUE TENIA DESDE HACE DIAS UN BRAZO ROTO. YO A MIS YAYOS ME LOS QUERIA MUCHO MUCHO, RECIENTEMENTE HE ENCONTRADO UNA LIBRETA DE UNA CAJA DE AHORROS DONDE ÉL HABÍA INGRESADO PARA MI 50 PESETAS. eSTOS SON MIS YAYOS
ESTA ES UNA DE MIS FOTOS FAVORITAS NO ME FALTABA DE NADA, CORDERITO, PELOTITA, LEOTARDOS, JERSEY HECHO POR MI MADRE Y UNA DIADEMA...
PERO ESTE POST VIENE A CUENTO DE UN ROMANCE POPULAR QUE MI YAYU SIEMPRE RECITABA, ERA UN VERSO QUE SE TRANSMITIA ORALMENTE, POR ESO, EXISTEN MIL VERSIONES DEL MISMO...ESTA QUE HE ENCONTRADO TIENE BASTANTE PARECIDO CON LA QUE RECUERDO, Y QUE POR CIERTO, MIENTRAS AÑOS DESPUES ESTUVE INGRESADA EN EL SIQUIATRICO, HICE EL ENORME ESFUERZO DE RECITARLA EN PUBLICO, CON TODO EL TERROR QUE ME PRODUCIA LA OPINION DE LA GENTE, ESO FUE PRECISAMENTE UN GRAN PASO ADELANTE...
AQUI OS DEJO CON ESTE ROMANCE DE CUCHUFLETA
El romance del Conde de Sisebuto
A cuatro leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo,
existe un castillo viejo
que edificó Chindasvinto.
Lo habitaba un gran señor,
algo feudal y algo bruto;
se llamaba Sisebuto
y su esposa, Leonor,
y Cunegunda, su hermana,
y su madre, Berenguela,
y una prima de su abuela
que atendía por Mariana,
y su cuñado, Vitelio,
y Cleopatra, su tía,
y su nieta, Rosalía,
y su hijo mayor, Rogelio.
Era una noche de invierno,
noche cruda y tenebrosa,
noche sombría, espantosa,
noche atroz, noche de infierno,
noche fría, noche helada,
noche triste, noche oscura,
noche llena de amargura,
noche infausta, noche airada.
En un gótico salón
dormitaba Sisebuto,
y un lebrel seco y enjuto
roncaba en el portalón.
Con quejido lastimero
el viento fuera silbaba,
e imponente se escuchaba
el ruido del aguacero.
Cabalgando en un corcel
de color verde botella,
raudo como una centella
llega al castillo un doncel.
Empapada trae la ropa
por efecto de las aguas,
¡como no lleva paraguas
viene el pobre hecho una sopa!
Salta el foso, llega al muro,
la poterna está cerrada.
-¡Me ha dado mico mi amada!
-exclama-, ¡vaya un apuro!
De pronto algo que resbala
siente sobre su cabeza;
extiende el brazo y tropieza
con la cuerda de una escala.
-¡Ah!... -dice con fiero acento.
-¡Ah!.. -vuelve a decir gozoso.
-¡Ah!.. -repite venturoso.
-¡Ah!.. -otra vez, y así, hasta ciento.
Trepa que trepa que trepa,
sube que sube que sube,
en brazos cae de un querube,
la hija del conde... ¡la Pepa!
En lujoso camarín
introduce a su adorado,
y al notar que está mojado
lo seca bien con serrín.
-Lisardo... mi bien, mi anhelo,
único ser al que adoro,
el de los cabellos de oro,
el de la nariz de cielo,
¿qué sientes, di, dueño mío?,
¿no sientes nada a mi lado?,
¿qué sientes, Lisardo amado?
Y él responde: - Siento frío.
-¿Frío has dicho? Eso me espanta.
¿Frío has dicho? eso me inquieta.
No llevarás camiseta
¿verdad?... pues toma esta manta.
-Y ahora hablemos del cariño
que nuestras almas disloca.
Yo te amo como una loca.
-Yo te adoro como un niño.
-Mi pasión raya en locura,
-La mía es un arrebato.
-Si no me quieres, me mato.
-Si me olvidas, me hago cura.
-¿Cura tú?, ¡Por Dios bendito!
No repitas esas frases,
¡en jamás de los jamases!
¡Pues estaría bonito!
Hija soy de Sisebuto
desde mi más tierna infancia,
y aunque es mucha mi arrogancia,
y aunque es mi padre muy bruto,
y aunque temo sus furores,
y aunque sé a lo que me expongo,
huyamos... vamos al Congo
a ocultar nuestros amores.
-Bien dicho, bien has hablado,
huyamos aunque se enojen,
y si algún día nos cogen,
¡que nos quiten lo bailado!
En esto, un ronco ladrido
retumba potente y fiero.
-¿Oyes? -dice el caballero-,
es el perro que me ha olido.
Se abre una puerta excusada
y, cual terrible huracán,
entra un hombre..., luego un can...,
luego nadie..., luego nada...
-¡Hija infame! -ruge el conde.
¿Qué haces con este señor?
¿Dónde has dejado mi honor?
¿Dónde?, ¿dónde?, ¿dónde?, ¿dónde?
Y tú, cobarde villano,
antipático, repara
cómo señalo tu cara
con los dedos de mi mano.
Después, sacando un puñal,
de un solo golpe certero
le enterró el cortante acero
junto a la espina dorsal.
El joven, naturalmente,
se murió como un conejo.
Ella frunció el entrecejo
y enloqueció de repente.
También quedó el conde loco
de resultas del espanto.
El perro... no llegó a tanto,
pero le faltó muy poco.
Desde aquel día de horror
nada se volvió a saber
del conde, de su mujer,
la llamada Leonor,
de Cunegunda su hermana,
de su madre Berenguela,
de la prima de su abuela
que atendía por Mariana,
de su cuñado Vitelio,
de Cleopatra su tía,
de su nieta Rosalía
ni de su chico Rogelio.
Y aquí acaba la leyenda
verídica, interesante,
romántica, fulminante,
estremecedora, horrenda,
que de aquel castillo viejo
entenebrece el recinto,
a cuatro leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo.
y a treinta de Marmolejo,
existe un castillo viejo
que edificó Chindasvinto.
Lo habitaba un gran señor,
algo feudal y algo bruto;
se llamaba Sisebuto
y su esposa, Leonor,
y Cunegunda, su hermana,
y su madre, Berenguela,
y una prima de su abuela
que atendía por Mariana,
y su cuñado, Vitelio,
y Cleopatra, su tía,
y su nieta, Rosalía,
y su hijo mayor, Rogelio.
Era una noche de invierno,
noche cruda y tenebrosa,
noche sombría, espantosa,
noche atroz, noche de infierno,
noche fría, noche helada,
noche triste, noche oscura,
noche llena de amargura,
noche infausta, noche airada.
En un gótico salón
dormitaba Sisebuto,
y un lebrel seco y enjuto
roncaba en el portalón.
Con quejido lastimero
el viento fuera silbaba,
e imponente se escuchaba
el ruido del aguacero.
Cabalgando en un corcel
de color verde botella,
raudo como una centella
llega al castillo un doncel.
Empapada trae la ropa
por efecto de las aguas,
¡como no lleva paraguas
viene el pobre hecho una sopa!
Salta el foso, llega al muro,
la poterna está cerrada.
-¡Me ha dado mico mi amada!
-exclama-, ¡vaya un apuro!
De pronto algo que resbala
siente sobre su cabeza;
extiende el brazo y tropieza
con la cuerda de una escala.
-¡Ah!... -dice con fiero acento.
-¡Ah!.. -vuelve a decir gozoso.
-¡Ah!.. -repite venturoso.
-¡Ah!.. -otra vez, y así, hasta ciento.
Trepa que trepa que trepa,
sube que sube que sube,
en brazos cae de un querube,
la hija del conde... ¡la Pepa!
En lujoso camarín
introduce a su adorado,
y al notar que está mojado
lo seca bien con serrín.
-Lisardo... mi bien, mi anhelo,
único ser al que adoro,
el de los cabellos de oro,
el de la nariz de cielo,
¿qué sientes, di, dueño mío?,
¿no sientes nada a mi lado?,
¿qué sientes, Lisardo amado?
Y él responde: - Siento frío.
-¿Frío has dicho? Eso me espanta.
¿Frío has dicho? eso me inquieta.
No llevarás camiseta
¿verdad?... pues toma esta manta.
-Y ahora hablemos del cariño
que nuestras almas disloca.
Yo te amo como una loca.
-Yo te adoro como un niño.
-Mi pasión raya en locura,
-La mía es un arrebato.
-Si no me quieres, me mato.
-Si me olvidas, me hago cura.
-¿Cura tú?, ¡Por Dios bendito!
No repitas esas frases,
¡en jamás de los jamases!
¡Pues estaría bonito!
Hija soy de Sisebuto
desde mi más tierna infancia,
y aunque es mucha mi arrogancia,
y aunque es mi padre muy bruto,
y aunque temo sus furores,
y aunque sé a lo que me expongo,
huyamos... vamos al Congo
a ocultar nuestros amores.
-Bien dicho, bien has hablado,
huyamos aunque se enojen,
y si algún día nos cogen,
¡que nos quiten lo bailado!
En esto, un ronco ladrido
retumba potente y fiero.
-¿Oyes? -dice el caballero-,
es el perro que me ha olido.
Se abre una puerta excusada
y, cual terrible huracán,
entra un hombre..., luego un can...,
luego nadie..., luego nada...
-¡Hija infame! -ruge el conde.
¿Qué haces con este señor?
¿Dónde has dejado mi honor?
¿Dónde?, ¿dónde?, ¿dónde?, ¿dónde?
Y tú, cobarde villano,
antipático, repara
cómo señalo tu cara
con los dedos de mi mano.
Después, sacando un puñal,
de un solo golpe certero
le enterró el cortante acero
junto a la espina dorsal.
El joven, naturalmente,
se murió como un conejo.
Ella frunció el entrecejo
y enloqueció de repente.
También quedó el conde loco
de resultas del espanto.
El perro... no llegó a tanto,
pero le faltó muy poco.
Desde aquel día de horror
nada se volvió a saber
del conde, de su mujer,
la llamada Leonor,
de Cunegunda su hermana,
de su madre Berenguela,
de la prima de su abuela
que atendía por Mariana,
de su cuñado Vitelio,
de Cleopatra su tía,
de su nieta Rosalía
ni de su chico Rogelio.
Y aquí acaba la leyenda
verídica, interesante,
romántica, fulminante,
estremecedora, horrenda,
que de aquel castillo viejo
entenebrece el recinto,
a cuatro leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo.
Autor: Joaquín Abatí y Díaz
BUENO ESTO DE AUTOR HABRIA QUE VERLO...EN TODO CASO AUTOR DE ESTA VERSION.......
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